ANTOLOGÍA por Aureliano Cañadas
Ante el hecho consumado de un texto que se te entrega para que hagas, en el menor tiempo posible, una valoración, se me ofrecen dos posibilidades: el ditirambo que disimule sus limitaciones – toda obra humana es, por naturaleza, limitada, - o la crítica severa que ignore sus aciertos, el esfuerzo representado por cualquier acto de creación. Entre estas dos posibilidades extremas, opto por una tercera vía, que me permita ser objetivo, fiel a mí mismo y a los poetas incluidos en esta selección, hacia algunos de los cuales me une un admirativo afecto.
Previamente, tendría que exponer también, aunque fuese de manera fugaz y considerando la definición de Antología que hace la Real Academia de la Lengua, (colección de piezas escogidas de literatura, música, etc.,) qué permite aquí el empleo de este concepto, si nos encontramos frente a una Antología o frente a un batiburrillo de textos poéticos, por qué la selección de estos poetas y no de otros. Se trataría, creo yo, de encontrar un nexo entre todos ellos que los elevara a la categoría antológica.
Del mismo modo, sería conveniente, tratándose de una “Antología de poesía” que expusiera la idea que yo, como prologuista, tengo de lo que es “La poesía”. Digamos que después de lo que ha caído (y más para los palestinos, coitados, que diría mi espíritu de portugués consorte y com sorte), romanticismo, parnasianismo, simbolismo, modernismo, surrealismo, poesía social, de la experiencia, etc., uno se queda con la idea de Valente de que la poesía es un fenómeno límite, acechado por el peligro de ese mutismo al que ya se exponía Mallarmé. La poesía, según Valente, se produce “donde el decir es imposible”. Es decir la poesía no es sólo ritmo, rima, imagen, sino mucho más: lo que no puede expresarse de otra forma. Suscribo, por otra parte, la afirmación de Eliot de que “si la poesía es una forma de comunicación, lo que comunica es el poema mismo y sólo incidentalmente la experiencia y el pensamiento que se ha vertido en él”.
Por otra parte, me parece necesario decir que la conciencia de todos estos movimientos está gravitando sobre la poesía actual, situándola ante una libertad en la que parecería que todo está hecho, que todo se ha dicho y que, por lo tanto, todo vale, cuando no es así. No todo vale, y, sino hay ritmo, si no existe un material ordenado, entendiendo por orden incluso el creado por el propio poeta, si encontramos unos determinados recursos estilísticos, un sistema que también es abierto, si, sobre todo, no hay emoción – ésta es a la poesía lo que el interés al relato- no habrá poesía.
Por último, y ya en el plano formal, no puede negarse que la poesía actual transite por la difícil frontera que la separa de la prosa.
Yo creo que los poetas antologados son muy conscientes de todo ello.
Ya en la primera de los/las poetas aquí reunidos, la peruana Nora Alarcón, está presente, sin duda alguna, tal sabiduría, la cual le permite, en una poesía intimista y amorosa, huir de lo sentimentaloide por medio del empleo de la segunda persona gramatical y de imágenes como la de “aquel potro/desangrándose cuando le castraron”, o la de “una calandria se acercó entre la multitud a ti/ Y entendió que amamos a quien no deberíamos”.
El siguiente autor, este chileno que se nos ha amañado (de “maño”), Julio Espinosa Guerra, aunque todas las guerras sean espinosas, hace una poesía eficacísima y depurada, en la que llega al límite de la expresión con este pretexto del agua y del río. En estos versos de arte menor tiene la habilidad de sorprendernos siempre en el verso final de la estrofa: “Abajo del todo/el gran iceberg/Arriba/sólo su punta/ Y aún así/estremece” o bien cuando dice “Tanto soñar con la otra orilla/tanta cosa absurda/tanta palabra/ para al final descubrir/que debajo del río/hay otro río. Éste/imposible de cruzar”.
El argentino Rodrigo Galarza nos expone, a continuación, una poesía que responde a la tónica general de este “recueil”, de versos libres, pausados, ni ripiosos ni gratuitos, en los cuales denuncia la injusticia del andino mundo del cobre o la deshumanización de la gran ciudad, donde “suelta sus amarras la noche y se oye una sirena/sin embargo el barco se queda zozobrando en mis jugos gástricos/peristáltico volumen”, dice.
El chileno Eduardo Fariña, irónico a veces, escribe desenfadada, bukowskyanamente, un poema donde, al mismo tiempo, hace un guiño a la metapoesía, convierte un recurso tan antipoético como el “se” impersonal en otro sereno sobre un parque, de extensos versos y pausado ritmo, junto a “El no lugar “de tintes metafísicos.
El madrileño Miguel Ángel Gara, de manera muy inteligente, va desarrollando, como una serpiente sus anillos, una sucesión de imágenes oníricas en torno a término “sombra”. Después de un interesante poema circular, de difícil sencillez, nos aporta una especie de “kaligrama”, poesía visual, imágenes que dibujan una gota de agua.
José Luis Gómez Toré, madrileño, intimista, de acertados versos que nos susurran, sin estridencias, familiares imágenes: “La vejez es escarcha amarilla/ y este quedarte aquí/porque te marchas lejos” o “Perdimos/porque otra vez salimos/indemnes de la música”.
El cubano Alberto Lauro, tiene la riqueza imaginativa de los poetas caribeños y un poder evocador cavafiano, esa emoción que nos libra, cuando se sitúa en Delfos o Bizancio, de la falsa retórica o el cartón piedra. Sabe cerrar un poema con un verso que suena a definitivo: “Y sin embargo/entramos en el templo”, por ejemplo.
Luis Luna, madrileño, hace, si todavía puede decirse eso, una poesía rompedora. En estos breves poemas, de concluyentes imágenes surrealistas, expone su inconformismo formal y la intensidad de una emoción un tanto abstracta.
El gaditano Jesús Malia nos ofrece aquí unos poemas de trasfondo místico a través de unas, aparentemente sencillas, imágenes convincentes: “He salido a caminar para quedarme quieto”/ o “He salido a caminar para no hollar la tierra/como el árbol camina cuando ensancha un tronco extendiendo el abrazo”.
Miguel Pastrana, gaditano del Puerto de Santa María, cómo no, es un poeta como la copa de una araucaria, porque la del pino le vendría pequeña. Poeta de “longue haleine”, dentro de la poesía intimista, supera en una “Venecia”, (mirada por Tennessee Williams, la cual despierta el eco de otras ciudades, Madrid o Aveiro), el tono cavafiano cuando nos cuenta su experiencia: “Y nos amamos, duro no, sí torpe/cautivos de deseo y lejanía”. Y después de un poema a Machado, en el que tan fácilmente hubiera podido caer en el tópico, esencial y logrado, Pastrana es seleccionado con otro poema, “El último de los marañones confiesa en su hora final”, extenso, épico y lírico al mismo tiempo, merced al empleo de la primera persona gramatical, narrativo y recreador de un ambiente, consiguiendo mantener la emoción a lo largo de todo el texto con una cierta sobriedad metafórica.
El mejicano Oscar Pirot hace una poesía breve y un tanto hermética, no exenta de hallazgos metafóricos.
Cecilia Quílez Lucas, algecireña, aporta en unos poemas de verso libre, como es la tónica general de esta antología, dramáticamente concebidos desde el “yo”, con imágenes sorprendentes, muy bien encajadas en el discurso poético, cuando dice, por ejemplo: “Pongo mis vísceras encima del escritorio/ y las miro sin contemplaciones”/ o “Y mañana, será mañana, cuando veremos/ cómo incendiamos la guarida/ y nos curamos este olvido”/.
El argentino Eduardo Rezanno juega en estas páginas con el absurdo, en una poesía onírica y satírica a la vez. Se trata de versos de arte menor, ágiles y rítmicos.
Del “aperuanado” madrileño Antonio Ruiz Pascual se reproducen aquí algunos poemas de “Perú en el roce de tus labios” y otras publicaciones suyas. En “Terremoto en Perú” nos da una visión épica y convincente del cataclismo que representa un temblor de tierra, o bien sus palabras adquieren un tono de defensa del indio: “…hijos del puma/entre los turistas de Cuzco/paseando su miseria en el alma…”. Entre estos textos temáticamente centrados en Perú, se selecciona también un poema de Antonio Ruiz, íntimo y surrealista.
De los tres poemas seleccionados a María Sangüesa, nacida en Alhucemas, Marruecos, el más interesante, aunque los restantes no carezcan de interés, sobre todo “Lilith”, por su tono mítico y ritmo bien conseguido, es “Pájaros”, cargado de emoción e imágenes alegóricas, inquietante e íntimo, en el que utiliza la imagen de los pájaros como terrible “leit-motiv” de la desolación.
El chileno Juan Soros escribe muy innovadoramente. Con un sabio juego de espacios en blanco, de paréntesis y de palabras, parece subrayar el valor expresivo de cada término, de las esenciales metáforas a las que nos enfrenta. Sus poemas tienen un sabor entre mítico y místico muy personal.
Juan Soto, peruano, en su acercamiento poético al fenómeno de la palabra y de la creación poética, sabe utilizar la enumeración caótica, en cascada de fértiles imágenes, o practica un esencial surrealismo cuando dice. “Extensas legiones de dolor no bastan/para acallar la muerte”.
El peruano Diego Valverde Villena opta en estos poemas, breves a veces, por una imagen mantenida, a lo largo de todos ellos, en una economía de medios poéticos que resulta muy eficaz. Sería un buen remedio contra el barroquismo, la oscuridad de cierta poesía. No cambio por nada el aliento, la emoción que sabe trasmitir.
Jessica Zorogastúa, esta limeña de voz poética pausada y potente, nos ofrece la riqueza de su vida interior en tres poemas de carácter intimista, para nada cursis o falsos, escritos desde el “yo” femenino, cuando asiste indemne a la rebelión de sus zapatos, vivos e independientes, pretexto para una reflexión sobre su vida. O cuando en “Confesión tardía”, sobre la dialéctica amorosa, se nos revela tierna y vehemente, aparece “sentada en medio/de esta edificación abandonada y ruinosa/sola y desnuda/”, o en el poema que cierra este volumen, en el que dice: “Tengo miedo de cerrar los ojos/ y de encontrarte…”.
Son, pues, diecinueve los poetas que ilustran estas páginas, más o menos jóvenes, algunos se acercan a la cuarentena, españoles, argentinos, chilenos, peruanos, junto a un mexicano y a un cubano (echo de menos aquí la presencia de una voz tan original como la del poeta cubano, residente en Madrid, Enrique López Clavel), pero, más que estos datos extraliterarios, me interesa su posición en la poesía, de la cual podríamos obtener ese denominador común al que anteriormente me he referido. En todos ellos está presente una cierta concepción de la poesía, que implica, implícitamente, la práctica del verso libre, la asimilación de todas las formas poéticas de la modernidad, el recurso a referencias metapoéticas, etc., Pero creo que resulta muy importante subrayar lo que, explícitamente, por ausencia, reconocen: rechazo de las formas clásicas trilladas, (significativo que no encontremos en estas páginas ni un solo soneto y no se entienda como un reproche, sino como todo lo contrario), rechazo, en cuanto al contenido, de la “lágrima fácil” o de cualquier referencia patriotera. Pero sobre todo, lo que serviría de nexo a todos estos poetas es la indudable calidad de los textos, naturalmente con algunas desigualdades. Bien puede decirse que el conjunto de todos ellos representa una cala o una muestra de lo que, actualmente, ofrece la joven poesía en lengua española. Por supuesto que faltaría algún nombre, aunque seguro que en estas páginas no sobra ninguno. Y dada la juventud de algunos de los autores, cabe la esperanza de que la poesía en lengua española siga viviendo, alcanzando altísimos niveles. Quién pudiera ser joven para unirse a ellos en ese empeño del que algunos son muy conscientes: el de ir más allá, más allá de las maravillosas nubes baudelairianas, más allá siempre, con la palabra de nuestra hermosa lengua por bandera.